Si dices una cosa, pero haces otra, eres incongruente. Esa falta de congruencia entre el discurso y la acción no deja bien parado a nadie, más cuando se trata de quienes dirigen a un equipo, programa o empresa.
En materia de responsabilidad social empresarial (RSE), el saldo es todavía más negativo.
¿Por qué? Pues porque la RSE se encuentra en proceso de construcción y las personas que la están “construyendo” son quienes le pueden imprimir la fuerza necesaria a los cimientos que necesita.
Si esas personas que se encuentran dando forma a la RSE aprenden que entre el discurso y la acción puede haber una gran diferencia y “no pasa nada”, dejarán de esforzarse por ser congruentes y no se necesitará mucho tiempo para que dejen de creer en lo que hacen.
“Yo por eso no creo en la responsabilidad social”, dirán, cuando intenten explicar las faltas de congruencia que han detectado entre el discurso y la acción en su trabajo.
¿Son los líderes de estas personas, equipos o empresas –en la mayoría de los casos– los responsables de esta manera de pensar?
Sí. Es indiscutible el papel que tiene el líder al frente de un equipo: es el responsable de dirigirlo hacia el éxito y de imprimir los valores necesarios para que esto se consiga.
Pero qué pasa cuando son estos líderes quienes hablan de ahorrar energía y dejan prendidas la luz y computadora de su oficina cuando van a comer; si piden cuidar el medio ambiente pero imprimen a la menor provocación y por un solo lado de las hojas; si exhortan a cuidar el agua pero los WC ahorradores se les hacen un gasto, si hablan del consumo responsable y todos los días ordenan el almuerzo en desechables y continúan comprando botellas de agua…
Si piden respeto por los demás pero se pasan el alto al conducir y se estacionan en dos cajones; si destacan la importancia del capital humano pero sus empleados no cuentan ni con las prestaciones de ley; si en discurso se rigen por la equidad de género pero en las entrevistas laborales de la empresa preguntan a las mujeres si están embarazadas…
Si predican los beneficios del voluntariado corporativo pero en las campañas internas de la empresa hacen su aportación a la mera hora; si hablan de transparencia pero cuando los medios de comunicación preguntan prefieren reservarse datos clave; si dicen que combaten la corrupción pero al interior de la empresa no existe un canal adecuado para establecer una queja o denuncia anónima…
Si hablan de apoyo a los más vulnerables pero lo primero que preguntan cuando se trata de un nuevo proyecto es cuánto va a costar o cuánto vamos a ganar.
Ejemplos hay muchos.
El encargado de Sustentabilidad de una cadena minorista, antes de ser asignado a un cargo internacional en la misma compañía, compartía que él siempre cargaba bolsas de tela en la cajuela del auto, pues no podía permitirse ser visto (fotografiado, ni pensarlo) con una bolsa de plástico.
Al escucharlo sonaba exagerado (¿ya hay paparazis en sustentabilidad?), pero en todo caso tenía congruencia con el discurso que manejaba la compañía y, por ende, él mismo.
Cualquier persona al frente de un equipo en RSE debe identificar cuáles son esas “bolsas de plástico” junto a las que no se le debe ver (llámese actitudes, hábitos, palabras, objetos) y aprender a evitarlas rigurosamente.
De esa manera impedirá que se le catalogue como un líder incongruente y, más aún, abonará a la construcción robusta y bien cimentada de la responsabilidad social.
Alejandra Aguilar – Coordinadora editorial de Promotora ACCSE, consultoría líder en responsabilidad social y desarrollo sustentable.
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Fuente: Mundo Ejecutivo