Cada vez es más habitual hablar de innovación social. Se realizan seminarios, se crean espacios de co-working, se construyen organizaciones para respaldar proyectos de innovación social, e incluso existen entidades dedicadas específicamente a apoyar a los emprendedores que han conseguido innovar en materia social.
Pero, en la actualidad, existen muchas definiciones de innovación social. Todas ellas hacen hincapié en componentes distintos, dependiendo del país, del sector o del actor que utilice este término. Esto pueda generar una cierta confusión, pero no es negativo en sí mismo, porque demuestra que la innovación social es un proceso moldeable y en movimiento. Con todo, cabe destacar dos características esenciales de la innovación social. En primer lugar, la novedad y la efectividad de la idea cuando esta se implementa y, en segundo lugar, su orientación hacia la solución de un problema social que genera un bien común, en lugar de un valor individual. En otras palabras, la innovación social pretende aportar soluciones a los grandes retos a que se enfrenta la sociedad y, paralelamente, incrementa la capacidad de esta (y de sus actores) para actuar, al generar relaciones y colaboraciones más efectivas. Pero también ha de ser replicable.
Lo que se observa actualmente es que, cada vez más, la innovación social requiere la participación de organizaciones de sectores más diversos para poder recorrer el camino entre una idea y la introducción de un nuevo producto o servicio en el mercado, o la transformación de algún componente de la vida social. En otras palabras: el proceso innovador es también el resultado de un proceso de diálogo, de interacción, de escucha y de alianza entre diferentes actores, en el cual las ideas surgen como resultado de la colaboración, en un proceso que podríamos denominar de coinnovación. Esta colaboración da más amplitud a la respuesta a las necesidades sociales y permite elaborar soluciones más eficientes, rápidas, reales y ágiles. Parece que la colaboración es el camino más eficaz para gestionar actividades intensivas en conocimiento, como es la innovación social, y una buena forma de canalizar valor hacia todas las organizaciones implicadas.
Así, en la innovación social, es tan relevante el proceso creativo como la interacción con actores diversos. Esta colaboración ofrece más oportunidades de generar ideas y amplía exponencialmente las variables de la matriz clásica de innovación. La innovación social no solo está generando modelos híbridos (ya que los límites, las funciones y las responsabilidades de los diferentes sectores cada vez son más difusos), sino que abre la puerta a explorar nuevas maneras de relacionarnos.
En todo caso, este proceso de coinnovación social fortalece la capacidad de la sociedad para actuar, creando nuevos roles y relaciones, y desarrollando recursos y capacidades entre diferentes actores que se hallaban, a menudo, en estado latente. De hecho, esta renovada capacidad de actuar de la sociedad se basa en una nueva forma de gobernanza que potencia la participación de aquellos grupos tradicionalmente excluidos e incluso puede llegar a cambiar los equilibrios de poder existentes y los procesos tradicionales de toma de decisiones. En este sentido, algunos autores hablan de cómo, a través de la innovación social, se mejora “el desempeño económico y social de nuestras sociedades”, al crear soluciones más efectivas, eficientes, sostenibles o justas que las existentes.
La innovación social se puede aprender y, lo que es más importante, se puede compartir. Es importante acumular los aprendizajes adquiridos por cada uno de los actores a través de ecosistemas de colaboración que permitan desarrollar capacidades, y compartir experiencias y motivaciones.
Autor: Maria Prandi es investigadora del Instituto de Innovación Social de ESADE y fundadora de Business and Human Rights.
Fuente: América Economía