Una de las peores costumbres que tenemos los seres humanos es la de la explotación desordenada de los recursos naturales.
El cuidado y protección del medio ambiente, se ha dicho en todos los tonos posibles, representa una de las preocupaciones que todos debemos compartir, pues nuestra propia supervivencia está vinculada a la salud del entorno del cual dependemos.
El suelo, el agua y el aire que nos rodean representan el único hábitat a nuestra disposición, razón por la cual la dependencia que nosotros tenemos de tales elementos es absoluta.
Sin embargo, tal como suele ocurrirnos con el cuidado de nuestra salud personal, solemos ser afectos a la indolencia, a no considerar la urgente necesidad de modificar ciertos hábitos y abandonar determinadas costumbres que nos resultan evidentemente nocivas.
En este sentido, una de las peores costumbres que tenemos los seres humanos es la de la explotación desordenada de los recursos naturales, circunstancia que se traduce en el enorme impacto ambiental —negativo, por supuesto— que generan ciertas actividades del sector primario de la economía, marcadamente la minería.
Un buen ejemplo de esta realidad lo constituye el reporte periodístico que publicamos en esta edición, relativo a la aparente contaminación que está provocando en los depósitos de agua —y, presumiblemente, en los mantos acuíferos de la región, la explotación de la mina “La Encantada”, ubicada en el municipio de Ocampo.
De acuerdo con la información que han difundido los habitantes de dicho municipio, en las últimas semanas se han registrado un par de derrames, en los tanques de almacenamiento de la explotación, que han provocado la contaminación con cianuro de una presa de cuyo contenido beben los animales que crían los lugareños.
Al menos en el primero de los casos, las autoridades de la Procuraduría Federal de Protección al Medio Ambiente habrían tomado conocimiento de los hechos, acudido a inspeccionar el lugar y tomado muestras del agua de la represa presuntamente contaminada, a fin de realizar los estudios correspondientes.
Sin embargo, luego de más de un mes de la referida visita, no solamente no se han dado a conocer los resultados de la investigación, sino que aparentemente ha ocurrido un nuevo derrame.
¿Por qué no se reacciona con mayor contundencia en casos como éste y se despliegan acciones concretas para evitar que se registren daños ambientales de irreparable consumación?
La respuesta a tal interrogante deberían darla quienes tienen a su cargo las actividades de protección del medio ambiente, pero nosotros podemos sin duda adelantar una hipótesis: porque, tal como ocurre con muchas otras áreas del servicio público en México, quienes tienen el encargo de vigilar el cumplimiento de las normas ambientales carecen de la convicción para cumplir con sus responsabilidades.
El problema es que a ese paso, pronto podría no importar realmente que se haga algo o no, porque nos habrá condenado nuestra propia negligencia.
Fuente: Vanguardia